viernes, 8 de agosto de 2014

Montaña

Solía pensar en ti como si fueses una montaña, sabes?
Yo había escalado esa montaña y estaba en la cima. Ahí podía ver todo, era intocable, todo estaba en equilibrio y yo era la niña más feliz del mundo.
Un día empecé a explorar la cima y vi algo que me asustó, así que di media vuelta y corrí. Corrí y corrí hasta que me encontré al borde de un precipicio. Por supuesto, no quería saltarlo, pero al dar media vuelta eso que me dio miedo estaba siguiéndome. Al no ver otra salida, salté.
Caí en algún lugar más abajo de la montaña y volví a saltar. En algún punto me di cuenta de lo que hice, así que intenté escalar de vuelta, pero estaba herida por las caídas, así que caí.
Volví a intentar subir y volví a caer. A veces lograba avanzar y sostenerme un rato ahí, pero perdía el agarre y volvía a caer.
Eventualmente llegué al suelo, a los pies de la montaña.
La montaña era enorme y yo no podía ni caminar de tan destruida que estaba. Intenté buscar un camino más fácil para subir, el camino por donde había subido la última vez, pero ya no existía. No había forma de que lograra subir en ese estado a menos que me ayudaras y, como era lógico, no lo hiciste. Nadie puede subir una montaña de forma normal sin estar absolutamente preparado, cierto? y yo con suerte caminaba. Estaba hecha pedazos.
Lo entendí y en vez de intentar subir me quedé ahí, recuperando fuerzas. Cuando tuve las suficientes, comencé a moverme hacia ayuda, a seguir con mi vida y eventualmente recuperarme. Para cuando esté bien y lista de nuevo, volver a dirigirme a esa montaña e intentar escalarla o ir a otro lugar y seguir con mi vida.
Aún estoy recuperandome y no sé qué haré con ello.

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